martes, 27 de enero de 2015

Entre pillos anda el juego

Otra de mis aficiones - la verdad es que tengo unas cuantas, lo que no hay es tiempo para todas, así que va por temporadas - son los juegos de mesa, y tras unos años de paréntesis la he vuelto a retomar con fuerza hace unos meses. La suerte, a diferencia de otros es que tengo con quien jugar ya que mi mujer se ha subido al carro junto con los vecinos - mis cuñados - y casi todos los jueves o viernes por la noche, cuando los niños duermen, es la excusa para reunimos en el sótano, a veces con algún invitado ocasional, a echar unas partiditas.

Como la mayoría de los niños de mi época empecé con los Juegos Reunidos Geyper. Yo tuve la caja de veinticinco, y a la mitad de ellos nunca jugué por que no los entendía - ni yo, ni nadie -. Luego apareció en casa el Monopoly, allá a finales de los 70, en su versión de la Ciudad Condal... calle Muntaner, Aribau, Estación del Norte, y la más cara El Paseo de Gracia. Después vinieron sucedáneos muy similares como el Petrópolis o La Ruta del Tesoro, pasando por el Cluedo - ladrillo -, juegos educativos como el Scrabble o el mismísimo Trivial Pursuit y por último los juegos de estrategia, el Stratego, del que guardo gratos recuerdos - tenía hasta una libreta con esquemas de colocación inicial de fichas -, y finalmente no puedo dejar en el tintero el Risk que merece comentario a parte. La mayoría aún los conservo.

Lo que mas tarde, en la época del instituto, me enganchó fueron los wargames, concretamente los de la desaparecida editorial NAC, juegos estos últimos que nunca tuve ya que no me regalaron ninguno y para mi bolsillo no eran accesibles, y sólo jugué en casas de amigos pero con los que pasé grandes momentos - menos de los que me hubiese gustado - batallando en La Guerra Civil Española, El Zorro del Desierto, Midway, El Duelo de las Águilas o El Día Más Largo.

Aunque no es sin duda el mejor, como adelanté, merece un apartado especial por que es el que más vivos recuerdos me trae: el RISK, con mayúsculas. Aquellas partidas de mi preadolescencia, cuando vivía en Los Cristianos, solíamos jugar en casa de un compañero de colegio, con su hermano mayor y su odioso vecino, diez años mayor que nosotros y que nos vapuleaba en la mayoría de las ocasiones - motivo del odio - con su acento teutónico - si, era alemán - y que nos observaba con rostro impasible mientras aplastaba nuestros ejércitos sin compasión a pesar de que acabábamos todos aliados en su contra.

Pero sin duda, las mejores partidas, que aún seguimos rememorando en ocasiones cuando nos reunimos el grupo de amigos, fueron, ya durante la época universitaria, las que jugábamos en casa de alguno de nosotros aprovechando que los padres estaban de viaje, enfrentando nuestros ejercitos hasta la salida del sol - literal - mientras otros se divertían ligando en discotecas - un poco frikies si que éramos -. Inolvidables los piques, alianzas secretas y los ataques paracaidistas - no busquéis esta regla, no está escrita en los manuales - y aunque sea políticamente incorrecto decirlo, las borracheras que nos cogíamos - en eso no diferíamos del resto - con la excusa de echar unas partiditas

Paso por encima la época de family games típica de las reuniones de parejitas, añadiendo a la colección juegos como el Tabú, Scatergories y nueva versión del Tribial más actualizada - la primera que tengo data de cuando Naranjito.

Retomada la afición en esta última etapa he descubierto para mi sorpresa que el mundillo ha evolucionado bastante,  tanto que ciertamente se hace complicado ponerse al día si no hay alguien que te guíe de la mano. En nuestro caso tengo a un amigo, asistente ocasional a las reuniones de los viernes, que es un auténtico apasionado de la materia y que tiene una colección que sería la envidia para muchas tiendas del género y gracias a él nos ha permitido adentrarnos entre la maraña de juegos existente para descubrir los verdaderamente interesantes, o al menos parte de ellos. Entre los que trae él para probar y los que hemos ido adquiriendo a buen precio a través de internet ya vamos reuniendo una ludoteca interesante.

Como había un par de juegos que me gustaban y no había posibilidad de conseguirlos, salvo que surgiesen de segunda mano ya que están descatalogados, y hasta la fecha no se había dado la ocasión, me decidí a construirlos yo mismo ya que la autoedición parecía sencilla al ser juegos con componentes limitados. Así que me puse a ello y con tranquilidad los he ido fabricando en los ratos libres.

El primero que hice fue el Diamantes, un chorri-juego como decimos nosotros, es decir, juego rápido - media hora de partida - muy adecuado para relleno como colofón a una velada de juegos más densos que se ha quedado corta, o simplemente para pasar un rato divertido en una reunión con no iniciados, ya que no requiere ningún tipo de conocimiento previo para disfrutar del juego, simplemente es una mezcla de riesgo-azar que resulta muy divertida por los piques que afloran entre los participantes. No me voy a enrollar explicando la mecánica, en internet hay circulando reseñas suficientes, pero si aconsejaros que si tenéis la oportunidad, no dejéis de probarlo, la diversión está asegurada.

Diamantes
La versión que hice fue para seis jugadores, aunque el original admite hasta ocho -si me veo en la necesidad, igual algún día lo completaré - siendo los componentes bastante simples. Treinta losetas que se corresponden con las partes de las cuevas escaneadas del juego original, impresas en color y enfundadas en plástico junto con cartón para darles consistencia. Cinco marcadores de número de cueva, escaneadas e impresas también pero esta vez adheridas a unas tablillas de madera pintadas y barnizadas. Seis fichas de madera pintadas de diferentes colores representando a cada uno de los exploradores, junto con las correspondientes cajas - compradas en un bazar - donde se almacenan los diamantes obtenidos, coloreadas a juego y por último los propios diamantes, esferas decorativas de vidrio de color - las azules las tenía en casa y las rojas las compré en el mismo bazar -. Con un poco de trabajo y menos de ocho euros horas de diversión garantizada.

El siguiente juego que hice fue el Ave Caesar, en su versión original del año 1989, ya que las pistas me parecen más interesantes al ofrecer dos variantes por cara del tablero, a diferencia del actual que sólo presenta una. Se trata de una simple carrera donde el azar del dado se limita en parte por que el avance de las cuadrigas se realiza jugando una de las tres cartas disponibles en cada mano numeradas del uno al seis. Es también un chorri-juego de relleno para el que tampoco hace falta tener un master para poder disfrutar de unos buenos momentos.

Ave Caesar
El tablero lo realicé adhiriendo dos copias tamaño DIN A3 de las pistas por cada cara descargadas de internet, impresas en color sobre un tablero de MDF de cinco milímetros dividido en dos secciones por unas bisagras, con los cantos pintados y acabado con barniz para protegerlo. Después corté seis tacos rectangulares de madera que pinté de diferentes colores y hacen la función de cuadrigas. A continuación moldeé seis denarios pintados con los mismos colores, con pasta de modelar que le birlé a mi hija de sus cajas de manualidades. Por último están las ciento cuarenta y cuatro cartas de avance - lo más engorroso de hacer -, veinticuatro de cada color, descargadas también de internet, impresas a color y enfundadas en plástico junto con un cartón para darle consistencia. El coste de este fue algo superior puesto que requería más fundas de plástico, pero fue de poco más de diez euros en total. Dinero bien invertido dados los ratos de competición y risas que nos está proporcionando.    

jueves, 8 de enero de 2015

Nueva aventura

Si bien todo ésto comenzó en plan autodidacta, valiéndome de mi propia experiencia y a veces con la ayuda de Internet, para poder avanzar más seriamente y con el objetivo en mente de poder dedicarme a esto profesionalmente, con el correspondiente empujoncito por parte de mi mujer - pase lo que pase nunca se lo agradeceré lo suficiente - como ya he comentado en alguna entrada anterior, cuando mi hija comenzó el colegio en septiembre - espero que siempre recuerde estas vacaciones de verano tan especiales como lo han sido para mi - me apunté a clases en un taller de restauración. Eran clases Do It Yourself, es decir, tú llevas tus proyectos y trabajas en ellos en un lugar, desde luego mejor acondicionado que la cueva y el patio trasero de casa donde venía haciéndolo hasta ahora, sirviéndote del material necesario y las herramientas disponibles, siempre con la ayuda y el consejo de la profesora que supervisa tus trabajos... pero lo mejor, sin duda alguna, es el ambiente en el que se desarrolla esta actividad.

En este corto espacio de tiempo he aprendido cosas, pero sobre todo ha aumentado mi convicción en lo que estoy haciendo. He conocido a un grupo de personas peculiares que no dejan de darme lecciones cada día y que me han mostrado que hay otra vida además de la que - al menos yo - había conocido hasta ahora, mas solidaria y cooperativa. Pasamos las mañanas entretenidas contándonos nuestras batallitas mientras trabajamos - y a veces colaboramos con el trabajo de los demás con ayuda y consejos - o disfrutamos de una pausa para compartir un café, y siempre hay algún espontáneo que aparece para alegrar la fiesta. Lo cierto es que es un espacio de trabajo que todos hacen que sea muy especial.

Dejando atrás este breve - aunque necesario para el espíritu - paréntesis, y volviendo sobre las clases contaros que inicialmente consistían en una mañana a la semana, lo cual era bastante frustrante, en el sentido de que cuando acababa el día tenía que dejar aparcado el trabajo hasta la semana siguiente y seguir con mis cosas de casa.

Pero todo fue estar en el sitio justo en el momento adecuado. Quiero pensar que fui como un talismán ya que desde que llegué comenzaron a entrar encargos de trabajos de restauración y transformación de muebles por lo que la profesora - Eva, es su nombre - dado que yo tenía tiempo, y supongo que me vería también con ganas de hacer cosas, una mañana me planteó la posibilidad de acudir al taller cuando quisiera y a la vez que continuaba con mis proyectos personales también le echara una mano con los trabajos ajenos que se acumulaban. Por supuesto acepté inmediatamente, la verdad es que no me costó decidirme, era una gran oportunidad para aprender teniendo a mi disposición un lugar de trabajo más adecuado y ajeno a las distracciones de casa - ya tengo llave y todo - por lo que así empezó la Nueva Aventura.

En apenas un par de meses había pasado de alumno a aprendiz colaborador, por llamarlo de alguna manera,  abriéndose a la vez varios proyectos por diferentes vías que me ilusionan y animan y que ya os iré mostrando conforme vaya ejecutando.

Silla Original
A continuación os muestro el primer trabajo de transformación en el que colaboré. Se trataba de un conjunto formado por seis sillas, dos de ellas con reposa brazos y una mesa. Las sillas estaban recién tapizadas pero el acabado que tenían no convencía a la propietaria por lo que nos las trajo para que las pintásemos de blanco acabado en decapé, técnica que ya había practicado y que habéis podido ver en entradas anteriores.

Empezamos con las sillas forrando la tapicería para no deteriorarla, seguidamente se lijaron completamente para eliminar el barniz y tinte anterior y posteriormente las pintamos de blanco. El color no lo cogían bien así que tuvimos que darles tres manos con sus correspondientes toques de lija entre una y otra. Acabado ésto pasamos al desbastado para realizar el decapé y por último dos capas de barniz a esponja para dejar un acabado fino.

Resultado final de las sillas
Acabadas las sillas era el turno de la mesa, y lo que parecía más fácil ya que no estaba tan repintada como las sillas, tuvimos bastantes problemas para conseguir que el tablero cogiera un color uniforme.


Mesa Original
Después de oscurecerla con tinte, como el acabado no era del todo parejo, probamos el envejecido, pero no funcionó por lo que la limpiamos completamente y comenzamos de nuevo. Así hasta tres veces de borrón y cuenta nueva. Finalmente, con paciencia y trabajo conseguimos un acabado homogéneo. El perfil inferior del tablero y la pata central fue coser y cantar después de lo que nos costó la parte superior, un par de manos de blanco, lijado, dos manos de barniz y por fin, trabajo terminado.

Lo que aprendí de ésta es que como todos bien sabéis, a veces las apariencias engañan y lo que parece complicado se convierte en simple y lo que parece fácil, en ocasiones se atraviesa de una manera inimaginable. Una para aprender...

Resultado final de la mesa