sábado, 21 de mayo de 2016

Hagan juego

Hace unos meses recibimos la llamada de una señora que nos había conocido a través de Internet - mira tu por donde - comentándonos que tenía unos muebles de los que se quería deshacer y había pensado que a lo mejor nos podían interesar. Nos envió fotos de varias piezas entre las que pudimos ver una sencilla consola, dos espejos, un par de banquetas y una mesa plegable. Por el aspecto que tenían, y como más tarde nos confirmó, procedían de un hotel que cerró sus puertas hace ya varios años. Por supuesto, como no podía ser de otro modo, aceptamos el regalo ya que había varias cosas con posibilidades que no íbamos dejar escapar.

Una semana más tarde, concertada la cita, nos presentamos en la casa para recoger todos los muebles y ¡sorpresa!, la mesa plegable que me había dejado intrigado no era una mesa de comedor, era más pequeña de lo que había supuesto por las fotos. Era justo lo que llevaba tiempo buscando... ¡una nueva mesa de juegos!.

Fotos originales de la mesa

Como ya he comentado en una entrada que le dediqué anteriormente, una de mis aficiones son los juegos de mesa, y hacía ya un tiempo que tenía pensado cambiar la mesa que tenía en el sótano, que yo mismo había hecho hacía un par de años - os remito a la entrada 2 X 1  -, y que veníamos utilizando habitualmente para estos menesteres. El ancho se nos quedaba corto para determinados juegos - las extensiones con libros para las losetas del Carcassonne con expansiones ya no daban mas de si -, y sobre todo había quejas por la altura ya que resultaba baja - algunos ya estamos mayores para soportar las lumbalgias tras un par de horas de tensión sobre el tablero -. Había llegado el momento de jubilarla y buscar una alternativa más grande y cómoda.

Esta mesa era perfecta, con un largo similar, el ancho plegado era de 65 cm frente a los 72 de la anterior, pero se podían desplegar una o dos alas, según las necesidades del juego, llegando hasta los 101 cm si era necesario, más que suficiente para nuestros juegos. En cuanto a la altura, era de 60 cm - mucho más cómodo - con un mecanismo de torno que permitía elevarla 10 cm más si fuera necesario. Hasta el diseño, calculo que de los años 70, me resultaba bastante atractivo. Era perfecta, la solución a todos nuestros problemas.

Un par de semanas más tarde, impaciente por meterle mano - en el buen sentido -, en cuanto tuve un hueco en el trabajo del taller comencé a trabajar en ella, como casi siempre, sin tener todavía del todo claro el acabado que le iba a dar.

Empecé por lo que era evidente, quitarle la gruesa capa de laca que cubría los tableros, agrietada en algunos bordes y amarillenta, mientras iba pensando en el resto. Tras ésto comprobé que la chapilla que recubría el tablero estaba en buenas condiciones salvo un par de desperfectos que hice yo mismo - mea culpa - al decaparla. El tablero, a excepción de uno de los bordes, afectado por la humedad del abandono a la intemperie que había provocado que se inflara ligeramente, era totalmente aprovechable. Las alas plegables estaban en perfecto estado de revista, no requerían ningún retoque.



















Limpio el tablero, a continuación me puse a trabajar en la estructura que decidí dejar en su color natural. Me gustaba tal como estaba y habría sido una pena estropearla. Me limité a retirar el antiguo barniz y a pulir el metal de las patas recuperando el color dorado original de las terminaciones. Limpié el mecanismo de elevación que se encontraba bastante oxidado aplicando un antióxido y engrasándolo para suavizar el deslizamiento del rodillo. Después simplemente apliqué varias capas de barniz a la madera y barniz especial de metales a las terminaciones de las patas dando por acabada la estructura.

 
Transformación de las patas
Durante todo este proceso había estado dándole vueltas al acabado del tablero. Tenía claro - o eso creía - que quería un color claro ya que teniendo en cuenta que el destino principal iba a ser servir de soporte para nuestras partidas de fin de semana, prefería un color sobre el que destacaran los elementos de cualquier juego evitando confusiones.

Comencé a pintarla de blanco con un ligero toque beis pero conforme iba viendo el resultado no me terminaba de convencer, demasiado aséptico. Opté por añadirle un toque de color con unas rayas de distintas longitudes y darle así una aire más desenfadado, más acorde con el uso al que iba destinada que era al fin y al cabo algo de diversión.

Tenía intención de hacer las alas diferentes, para que rompieran la estética del tablero central y me decidí por pintarlas de marrón oscuro, pero a la vista del resultado no me gustó. Seguía queriendo diferenciarlas pero no tenía claro como hasta que me vino un flash - ¿inspiración divina? - con la imagen de un tablero de parchís.

Pinté nuevamente las alas de blanco mientras continuaba dándole vueltas a la idea del parchís. Me decidí por hacerle unas tiras irregulares con los colores del parchís en cada una de las esquinas, coincidiendo con la ubicación habitual de cada uno de los jugadores, que a la vez solemos utilizar el mismo color para los diferentes juegos.

No me atreví a cubrir demasiada superficie ya que la mezcla de colores resaltaba demasiado sobre el blanco y pensé que envejeciéndola un poco quedaría todo más coherente y me puse a ello, pero el resultado no me terminaba de convencer. Este es el problema cuando no sabes muy bien lo que quieres. Volví a darle otra vuelta de tuerca a la idea y sirviéndome de una brocha especial comencé a cubrir todo el tablero de trazos marrones. Trazos por aquí, por allá, rojo en una esquina, verde, azul y amarillo a las otras y por fin iba tomando forma algo que me parecía más apropiado. Continué dando brochazos hasta que me pareció suficiente. Para ir terminando pinté el borde del tablero de marrón oscuro y por último el barniz protector correspondiente. Después de tantas vueltas me gustaba el resultado y así es como se quedó finalmente.

Mesa Finalizada
Abierta en toda su extención, un metro cuadrado
P.D.: Esto ya es una mesa de juegos profesional, ¿Una partidita?.