domingo, 29 de enero de 2017

Quid pro cuo

Hace algunos meses realicé un trabajo para un familiar, el cual tenía un piso desocupado y quería ponerlo en alquiler para sacarle algo de rentabilidad. Para ello tenía que renovar también el mobiliario, eso si, sin invertir demasiado dinero ya que la mayor parte del presupuesto se lo había gastado en la obra de reforma previa.

Parte de los muebles los tenía, pero había algunas cosas necesarias que aún faltaban por lo que nos pidió ayuda, por si teníamos algo que no nos hiciera falta y pudiera aprovechar para completar el mobiliario. Rebuscando en lo que nos quedaba por casa, rescatamos mi primera cama de soltero que aún guardaba en el trastero - quizá por nostalgia -, un colchón pequeño que nos sobraba tras el cambio de la cama de mi hija y una estantería que hacía poco me habían regalado y que pensaba llevar al taller, pero que aún andaba en un rincón del sótano. También conseguimos un sillón y un sofá, que habían sido nuestros pero que ahora estaban en el sótano de mis vecinos - y cuñados, todo queda en familia - que casualmente iban a retirar por que habían comprado uno nuevo, y que tras pasar por el tapicero quedaron como nuevos. Con ésto, más lo que ya había en la casa estaba prácticamente amueblada y lista para poner en el mercado, tan sólo era necesaria una mesa y un par de sillas para la cocina, y esa parte decidí hacerla puesto que contaba con material suficiente en el taller, y de ese modo aprovechaba también para despejar un poco de espacio.

Del altillo del taller rescaté dos sillas de las que teníamos apiladas procedentes de diferentes lugares - llegaron a haber más de veinte -, que poco a poco habían ido saliendo a diferentes destinos. Éstas dos concretamente venían del restaurante de un hotel del sur que habían reformado hace algún tiempo y que a través de un conocido habían terminado en nuestro taller acumulando polvo.

Silla en estado original
Estaban en un estado bastante aceptable como se puede observar en la imagen de la izquierda, tan sólo necesitaban ser encoladas para recuperar la rigidez perdida por el uso continuado y limpiar el tapizado del asiento, que aunque sucio no acusaba desgaste.

Como la cocina nueva era de color blanco, de estilo sencillo y líneas rectas, no pegaban las sillas con este aspecto un tanto rústico así que decidí pintarlas de blanco, por lo que previamente hubo que lijarlas para quitarles la laca y prepararlas para el pintado. De paso aproveché para reparar algunos rayones y marcas con pasta que con el pintado posterior no iban a notarse.

Comentándolo con mi mujer, y teniendo en cuenta que la cocina era de un blanco deslumbrante e inmaculado, me sugirió que en la mesa y las sillas le añadiera algún toque de color para darle de ese modo algo de contraste y alegría a la cocina, que con muebles, puertas y paredes blancas reflejaba falta de personalidad.


No me pareció mala idea así que le tomé la palabra y me puse manos a la obra. Comencé por lijarlas nuevamente, esta vez hasta hacer desaparecer casi en su totalidad el tinte que las cubría, para a continuación aclararlas y homogeneizar el aspecto con una ligera capa de pintura blanca bastante aguada, que dejaba traslucir ligeramente las vetas de fondo dándole un aspecto envejecido. Al final no eran ni blancas ni marrones, ni todo lo contrario, era una mezcla algo descafeinada que al añadirles algunas imágenes con la técnica de transferencia - marca de la casa - con motivos florales y culinarios, terminó por mostrar una imagen de conjunto bastante aceptable. Los asientos, tras limpiarlos consideré que no quedaban mal, incluso el color no desentonaba, por lo que decidí ahorrarme el tapizado y dejarlos tal cual estaban.

Ya sólo faltaba la mesa, con la que lógicamente iba a utilizar la misma técnica para que no pareciera lo que era, un conjunto de muebles cada uno de su padre y de su madre, que se habían reunido para completar el mobiliario. Como no había mucho espacio pensé que más que una mesa, lo que había que colocar era un tablero fijado por un lateral a la pared y con unas patas que le dieran soporte en el otro lado.

Tablero lijado y listo
El tablero ya lo tenía, procedente de una mesa de escritorio que no hacía mucho tiempo había traído uno de los colaboradores habituales del taller de una casa en la que estubo haciendo algún trabajo y que le habían pedido que retirara. La mesa es cierto que estaba bastante "perjudicada", pero el tablero presentaba  - extrañamente - bastante buena apariencia por lo que se podía aprovechar sin mucho trabajo, que en el fondo era de lo que se trataba.

Después de lijarlo convenientemente lo corté unos veinte centímetros para ajustarlo a unas medidas cómodas para el espacio disponible en la cocina, y por último redondeé las esquinas que iban a quedar en la parte exterior para evitar los picos "mortíferos" - ya imagináis a que me refiero, verdad -.
 
Tablero decorado
Terminada la preparación del tablero, y como yo estaba un poco liado con otro trabajo, Eva, con su toque femenino, se encargó de decorarlo mediante la transferencia de imágenes con motivos culinarios en su gran mayoría, tras lo cual simplemente le hice un esponjado con pintura blanca bastante aguada para que el fondo de madera se destacara quedando listo para darle varias capas de barniz y con esto dejarlo rematado y listo para su colocación.


Ya sólo faltaban las patas, y recordé que en casa tenía las del tablero que en su día hacía la función de mesa justo donde ahora mismo aporreo el teclado para escribir esta entrada. Hace unos pocos meses que lo sustituí por una mesa de oficina, de un tamaño algo menor, que en su día a su vez yo había regalado y que volvía nuevamente a casa tras una estancia de casi veinte años en casa de unos amigos. Originalmente procedía de una oficina en la que trabajé hace dos décadas y que salvé del vertedero cuando iba a ser deshechada con ocasión del cambio de mobiliario motivado por la adaptación a la nueva imagen corporativa - en una de tantas fusiones que sufrí en mi anterior vida laboral - ofreciéndonos a los empleados la posibilidad de quedarnos con todo aquello que quisiéramos antes de deshacerse ellos a pesar de que apenas tenían tres o cuatro años y aún estaban en perfecto estado - cosas de las multinacionales -. Esa mesa, que en su día le regalé a unos amigos, cuando ellos reformaron su despacho este verano volvieron a ofrecérmela, y si bien en su día no la quise, de hecho se la regalé a ellos, ahora me resultaba útil por lo que la recogí y de ese modo, veinte años más tarde, recuperé mi antigua mesa de trabajo.

Como iba diciendo - no quiero irme por las ramas -, recuperé dos de las patas de madera de la mesa-tablero que había retirado de mi sótano y tras lijarlas un poco, las pinté de blanco quedando por fin todo listo para el montaje. El resto fue sencillo, fijar los asientos a las sillas, llevar todas las piezas a la casa, atornillar los ángulos a la pared y las patas al tablero y listo, todo quedó tal como se ve en la imagen siguiente.


P.D.: No se puede decir que no de una nota de color en una cocina tan anodina,.. que en el fondo era de lo que se trataba. Con material reciclado y un poco de trabajo ya estaba completa la casa. Ellos ganaron una mesa y un par de sillas y yo me quedé con un bidón de pintura blanca - de los grandes - y una lata de barniz - quid pro quo -.